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Jesús Alberto Castillo: Coherencia entre el discurso y la acción

 

Formo parte de esa sobreviviente legión de venezolanos que no se ha sacado el carnet de la patria. Respeto a quienes lo hayan hecho y no soy quien para juzgarlos. Hay múltiples razones que obligaron a tomar esa decisión en medio de una autocracia que juega con las necesidades del pueblo y no le tiembla el pulso para imponer su voluntad a cualquier precio. Pero, cuando uno asume una postura política e intenta liderar un proceso que permita socavar las bases de un régimen totalitario debe actuar conforme a lo  que predica. Es esa coherencia entre discurso y acción la que permite medir la grandeza y credibilidad de un dirigente político.

Las adversidades van a existir y no estamos exentos de ellas. No es nada fácil para este servidor que vive de un exiguo sueldo de profesor universitario. Sin embargo, cuando se está claro con el camino a seguir no puede haber ninguna distracción que nos aparte del andar. El régimen va a intimidar y hacer cualquier artimaña para doblegar a la disidencia. Precisamente, uno de los artificios más notorio que tiene es el carnet de la patria, mediante el cual expande sus portentosos tentáculos en la sociedad venezolana.  Esta herramienta, elaborada en los más sofisticados laboratorios de control social, le permite a la autocracia tres objetivos claves: a) Tener un diagnóstico general de la sociedad y conocer detalladamente la ubicación de sus aliados y adversarios, b) Vender su proyecto ideológico como una verdad irrefutable y salvadora de la Patria ante los males que viven los venezolanos y c) Legitimar el chantaje como forma de gobierno en el país.

El régimen ha sido muy audaz en crear un clima de dependencia ante los venezolanos. Saca provecho de cada situación de penuria en los venezolanos. Hasta se jacta de ser el gran benefactor del atribulado pueblo con el programa CLAP, cuando sabemos que éste no es nada gratuito, llega con contratiempo y sirve para incrementar la corrupción y el control férreo del régimen y su estructura político-partiista. ¡Cuántos de nosotros no estará añorando los supermercados donde se compraba de todo, a cualquier hora y sin intermediarios! Pero debemos aterrizar, estamos viviendo bajo la sombra del mesianismo, el miedo y el chantaje de un régimen que hace tiempo se llevó las esperanzas de un pueblo cada vez más empobrecido.

Hago estos comentarios como una forma de advertencia a dirigentes opositores, no al pueblo en general, de estar claros en la lucha que se tiene por delante. Precisamente, en estos días he observado a algunos de ellos que han aplaudido y hasta endiosado a un conocido “pran” de Petare por el simple hecho de retar a quien hoy encabeza la autocracia. Quizá ellos dirán que “en política se vale todo, siempre y cuando permita salir del enemigo”. Es posible que tengan razón, pero hay que tener sumo cuidado de “vender el alma al diablo”. Por lo menos creo que debe haber algo de ética en la acción política. No vaya a ser después, peor el remedio que la enfermedad. A mi modo de ver las cosas no podemos copiar los mismos esquemas que solemos cuestionarle al régimen contra el cual luchamos. Es a eso que intento llamar a la reflexión. ¡Cuánto cuesta ser un buen mensajero para que el destinatario se convenza!

Desde hace un buen tiempo he pregonado, al lado de otros intrépidos dirigentes, que no debemos copiar conductas mesiánicas ni populistas, mucho menos ofrecer falsas expectativas a la gente. Es preferible llevar la pesada carga que dársela a otro que mañana te subyugará. Es perentoria una gran reflexión en la disidencia política para enfrentar coherentemente al régimen. Es vital que se actúe con prudencia y no cometer errores tras errores frente a un régimen preñado de corrupción, intimidación, pero muy astuto e inteligente en la praxis política. Justo en estos tiempos de cuarentena, el régimen pone en escena su habilidad una vez más. A cuenta gotas maneja cifras e inmoviliza a la gente con un discurso alienante. Desde los espacios de la disidencia, no debemos morder el peine y seguir estudiando cada paso del adversario para actuar oportuna y coherentemente.