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Oscar Morales: ¿Cuándo nos fuimos al carajo?

 

El título de este artículo no es especialmente amable, pero sí contiene una pregunta fundamental para intentar buscarle fondo y forma a todas aquellas situaciones que, sumando y sumando, nos llevaron al desfonde nacional. Penosamente, no supimos contenerlas y hoy nos abruma su fatalidad.

En efecto, podemos identificar una larga lista de hechos que nos llevaron a ese lugar tan infeliz  que la sabiduría popular llama el carajo. Empecemos:

A mi juicio, el país comenzó a irse al carajo cuando el Estado decidió garantizar la inclusión social en caso de que se contara con un carnet que no era precisamente la cédula de identidad; cuando la institucionalidad nos pareció irrelevante; cuando el mérito y la excelencia se convirtieron en un sacrilegio; cuando creímos que el porvenir de la República obedecía a un hombre y no a la fortaleza de sus instituciones; cuando el propósito imperante era destruir a la persona y no debatir sus ideas; cuando la ideología, en conjunto con la fuerza de las armas, inundaron todos los espacios de la vida nacional y aplastaron a la razón; cuando la amenaza se hizo costumbre; y, resumiendo, cuando la ética se quedó sin defensas.

De este modo, recalamos en esta tragedia que ensució el lenguaje y destruyó el buen tono democrático. Y aquí estamos: viviendo una crisis -dentro muchas crisis-, soportando la ausencia de la confianza pública y, más aún, agonizando por la incapacidad y el delirio de unos aventurados que les incomoda la democracia.

Por supuesto que tenemos más condiciones y variados momentos que nos recluyeron en el carajo. Seguimos: Nos instalamos en el carajo cuando surgió el desprecio a la ciencia; cuando el festín populista ilusorio encandiló a la mayoría; cuando aquel que pensaba diferente tenía cargos suficientes para imputarlo por el delito de traición a la patria; cuando nos llenamos de adjetivos ofensivos y el respeto al otro se constituyó en un simple deber selectivo; cuando la credibilidad empezó a pesar miligramos y no era importante engordarla; cuando la palabra “acuerdo” se convirtió en una grosería impronunciable; cuando la separación de poderes se quedó sin aliados; cuando la manipulación y el control se transformaron en el eje estratégico;  y, en resumidas cuentas, cuando convocar a un diálogo nacional también podría ser considerado un delito de lesa humanidad.

Así pues, emprendimos aceleradamente el desgraciado camino hacia el carajo y no hubo contención capaz de sortear el destino. Quizás sea la lección necesaria para salvar a la próxima generación o tal vez estaba escrito. Sin embargo, todavía estamos pasando las penas del purgatorio y duele mucho el estilo errático del pasado y el presente.

Entiendo que hay muchísimas más razones que calaron negativamente y nos llevaron al despeñadero de las desgracias. Por ejemplo, se me escapa el momento exacto cuando la corrupción se consolidó como el deporte nacional y el discurso de odio y la lucha de clases fue presentada como la nueva religión.

Insisto, hay millares de actos sueltos todavía, pero invito al lector a que haga su lista para meditarlos, advertirlos y, por supuesto,  ayudar a no repetirlos mañana. Pues, así como nos fuimos al carajo, y conocimos la ruta triste, ahora también podríamos reorientarnos e ir al paraíso o, si eternizamos nuestra tragedia, acaso vayamos a otro lugar más horroroso que queda cerquita de la conseja popular que termina en madre.