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José Ramón Castillo: Dijo el filósofo José Ingenieros

José Ingenieros fue un destacado psiquiatra, filósofo, médico, farmaceuta, escritor y docente italiano-argentino autor de diversos libros sobre el comportamiento humano y la vida social; entre ellos: La lucha por la vida, Las fuerzas morales, Los tiempos nuevos, El Hombre Mediocre, Hacia la moral sin dogmas, y otros. Vivió en Buenos Aires -Argentina- y emitió juicios sobre el descarrilamiento del comportamiento de los ciudadanos de ese país, que estuvieron, mucho tiempo, imbuidos en una lucha social de fuertes encuentros y dominados por una absurda idolatría que se sobrepuso a la racionalidad, lógica y valores esenciales del colectivo de esa hermana y prestigiosa nación. Se le menciona a Ingenieros como uno de los que destacó por su influencia en la llamada Reforma Universitaria de 1928. Se le consideró un agudo sociólogo por sus análisis de las razones que mantuvieron la crisis política y social durante la época donde el socialismo, la masonería, el comunismo y el anarquismo condujeron a vastos movimientos como el peronismo y el radicalismo, que ha tenido adeptos aún en los presentes tiempos.

Dijo el Doctor José Ingenieros que hay personas que se abstraen de la realidad existente, hasta de la naturaleza que les rodea. Todas las cosas y personas son como lo dicen sus mentores o los de su agrupación, siguen las conductas como un rebaño. La inmensa masa de las personas irracionales o que no analizan las cosas, los pro y los contras de manera objetiva, no oyen ni piensan con criterio sino por medio de la opinión interesada de otros; aunque se les explique en el mejor de los idiomas. Ellos se niegan a escuchar las falsedades, la opinión adversa, aunque la realidad les tropiece con su cara y las produzca a él, a sus familiares, hijos y demás allegados las molestias del hambre y se vean cubiertos por los harapos de la vergüenza y del mal cubrirse. Se niega, a sí mismo y a sus seres amados, las posibilidades de soñar, de las nuevas realidades, de los derechos vitales. La misma necesidad social lleva a la insatisfacción y ella a la solicitud de cambio, de mejores condiciones de vida. Los seres humanos podemos adaptarnos a las circunstancias  adversas por suprema necesidad, por una eventualidad, pero no por una doctrina o militancia opresora o por una injusticia; el derecho a la vida con las condiciones de respeto y de atención a las necesidades primordiales es un derecho inalienable, que no podemos permitir sea restringido, negado tras absurdas manipulaciones y  una solidaridad que deshumanice o nos convierta en borregos, más si ello implica la sagrada calidad de vida de nuestros familiares. Se puede respaldar una idea, seguir un liderazgo, vivir la pasión de una filosofía; pero no participar del absurdo y de las penurias de un sistema político o de gobierno, más si ello lleva implícita la injusticia de la abundancia y los placeres para unos y el sacrificio y la pobreza para los otros. Decía Ingenieros que el viejo Plutarco aseguraba, hace siglos, que “los animales de una misma especie difieren menos entre sí que unos hombres de otros” y Montaigne suscribió su opinión de que “hay menos diferencia entre un hombre y una bestia domesticada que entre un excelente animal y un hombre déspota y sin valores humanos”. Hay por esta razón hombres que tienen pocos valores sociales y menos sentidos de las necesidades de un pueblo y de sus derechos como ciudadanos, que las bestias. La humanidad ha sufrido, padecido,  entregado vidas promisorias, enarbolado la muerte de millares de personas (Hitler, Mussolini, Perón, Videla, Pinochet, Stalin y otros más cercanos y activos) por el anhelo de poder, la bestialidad hecha política de Estado, la falta de escrúpulos, la psicopatía de los que se han creído más que otros y han manipulado la muerte, han enterrado el derecho a la vida y cosechado el dolor humano, inoculado el veneno del mal recuerdo y el odio carente del remedio del perdón y de la necesarísima disculpa, pues todos somos hermanos, hijos de una nación y habitantes de un mismo planeta, con derechos natos, legítimos y cubiertos por la suprema ley: la voluntad y el sentir de un  pueblo.