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Julio Escalona: ¿Guerra sin fin?

 

Desde hace varias décadas la humanidad entró en un tiempo de guerra interminable. El neoliberalismo desarrolla una confrontación que adopta la forma de guerra económica, que conduce a un golpe de Estado orientado contra la posibilidad de que la democracia, la paz, los derechos humanos se conviertan en el modo de existir y convivir de la humanidad, lo que se avizoró con la derrota del fascismo en la II Guerra Mundial. Golpe de Estado del que formó parte el derrumbamiento de las torres gemelas de Nueva York. El neoliberalismo dio el fundamento para la negación de la convivencia, pues la sociedad es sustituida por el mercado, espacio por excelencia donde los individuos se relacionan, compitiendo, no solidarizándose, confrontándose por la defensa del interés individual, lo que llevó a Margaret Thatcher a negar la existencia de la sociedad. Reagan aplaudió. El horror económico se formalizó.

La destrucción de las torres gemelas en Nueva York, el 11-09-2001, fue la excusa de Bush para justificar la guerra contra el “terrorismo” y la aprobación por parte del congreso de EEUU de las leyes “antiterroristas”, que legalizan la tortura, las cárceles clandestinas, los secuestros… Luego Obama dictó la orden ejecutiva que declara a Venezuela un enemigo contra el que, de hecho, vale todo, facilitando que Trump pueda decir: “todas las opciones están sobre la mesa”, incluido el uso de la fuerza.

La covid-19 ha reforzado la guerra sin fin, no sólo como horror económico sino definitivamente como agresión militar indiscriminada e incesante, sin renunciar a todas las trampas políticas, en tiempos en los que la política es la continuación de la guerra por otros medios. La invasión por Chuao fracasa, pero presagia otro modelo de guerra: un virus paraliza a la población y una guerra irregular sistemática y permanente toma cuerpo. Su prepotencia los ciega y no pueden suponer que en Venezuela, hasta los perros callejeros los van a atacar, como se observó en el pueblo de Chuao. Tampoco toman nota de que el presidente Maduro no es maburro, como lo estuvieron llamando. Un Maduro que se ha crecido en las dificultades. Son ellos los que se degradan al tener que apelar a mercenarios. Les cuesta contar con soldados. Su mentalidad de “señores” de la guerra los impulsa a reclutar sirvientes, como tales, desechables.