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Juan Arias: ¿Y si Bolsonaro no fuera más que una gran ‘fake news’?

 

El presidente Jair Bolsonaro había anunciado para el sábado pasado una parrillada para todo el que quisiera apuntarse entre sus seguidores. La noticia fue vista como una provocación contra las normas de aislamiento precipitadas por la pandemia del coronavirus. Llegada la mañana de ese sábado, Bolsonaro se retractó y dijo que la invitación se había tratado de una fake news (noticia falsa, en inglés). Después acusó de “idiotas” a los periodistas que habían creído en lo que había dicho.

Aquel mismo sábado por la mañana, Brasil despertaba ante la triste noticia de haber superado los 10.000 muertos por la pandemia y el Congreso decretó tres días de luto nacional. Bolsonaro no dijo ni una palabra de pésame por las víctimas. ¿Qué son 10.000 muertos para él?

El problema no es si aquella bravata del presidente de organizar una comida para una multitud mientras la población sufre de la cuarentena fue una broma de mal gusto, una provocación o una noticia falsa. Lo que pasa es que el presidente para él mismo, entero, es una gran fake news más que una realidad.

No hace mucho tiempo, Bolsonaro mismo puso en tela de juicio el resultado de las elecciones que le dieron 57 millones de votos y la presidencia. Quizá fuese cierto que la misma elección también fue una fake news, producida por los robots que la campaña del ahora presidente supo manejar también. Quizá es verdad que estas fueron falseadas y, por tanto, Bolsonaro no debería ser presidente.

Todo es tan irreal alrededor del ultrautoritario populista que la historia parece más una ficción que la realidad misma. Parecen fake news buena parte de sus ministros llegados de otro planeta. También lo parece su política exterior desastrada, y su idea de escuela sin partido basada en las enseñanzas de la Biblia. Lo parece, también, su política medioambiental, que asombra y atemoriza al mundo mientras promueve la destrucción de la Amazonia y el exterminio de los nativos. Parece una fake news su rechazo a los derechos humanos más elementales.

Todo lo que sucede alrededor del presidente –del que los psicólogos temen que pueda tratarse de un caso psiquiátrico– parece ser una invención, una mentira, o un espejismo. Porque si fuera la verdad sería una tragedia.

¿Qué más fake que esa novela de que sus hijos mandan junto a él y llevan motes como los de la policía secreta? Mientras 01, 02 y 03 gobiernan, el muchacho 04 viene llegando, pero ya ha aprendido a escribir en las redes que el coronavirus no es más que una gripe.

Qué más fake news que esa idea de que sus hijos forman una dinastía, si ellos no intervienen en nada. Qué más fake que algunos de ellos sean sospechosos de corrupción, cuando la bandera de su padre fue la de exterminar a los corruptos. ¿Habrán consultado con asesores fantasmas?, ¿usado las peligrosas milicias de Río?, ¿se habrán enriquecido con rachadinhas (el reparto de los sueldos de funcionarios) y no vendiendo chocolatinas, como alega Flavio Bolsonaro? Todo eso es fake. ¿El asesinato de Marielle? Todo irreal, inventado. Una malicia grosera de sus enemigos.

¿Hay acaso algo más falso que un hombre bravo como el presidente, un atleta enamorado de las armas y del tiro al blanco, sea capaz de caer en llanto frente a sus ministros? ¡Por Dios!

Tienen que ser fake news esas historias que indican que el presidente de extrema derecha es un apasionado de la tortura y que sufre nostalgia de la dictadura militar. Después de todo, lo único que él quería era limpiar la escoria del comunismo de Brasil. Por eso se desilusionó cuando la dictadura perdió tiempo torturando, ya que para él hubiese sido más rápido directamente eliminar a los contrarios. Bolsonaro hasta puso un límite mínimo de personas que deberían haber sido sacrificadas: 30.000 comunistas. Es que, ¿era mucho pedir? Seguro que es otro fake, si el presidente es tan tierno. Basta con ver la delicadeza con la que acaricia las armas, o la paciencia con la que enseña a una niña a imitar con las manos el disparo de un revólver.

No puede ser más que una noticia falsa que haya sufrido una cuchillada durante su campaña, y que, según él, se la haya propiciado algún mandatario de la izquierda para eliminarlo en la carrera delas elecciones. ¿Quién iba a preocuparse de quitarle la vida a un candidato que tan solo buscaba el bien de la nación? ¿De alguien que sabía que era necesario poner de rodillas a los izquierdistas? Todo falso.

Hay voces –en el fondo, en la intimidad– que aseguran que el presidente es un hombre dulce y acogedor. Un santo lleno de empatía. Lo único que lo saca de sí y lo convierten en un violento son esos homosexuales que crecen como hongos. Los gays, dicen algunos en voz baja, le infunden miedo a nuestro presidente macho alfa. Otra cosa que no soporta son las mujeres feas. No sirven, dice Bolsonaro, ni para estuprarlas. Los negros también le generan grandes preocupaciones, porque se pregunta constantemente por qué no los eliminaron antes de la liberación de los esclavos. El Brasil de Bolsonaro es blanco. ¿Y los derechos humanos?, ¿acaso deben existir los derechos? ¿Para qué sirven los diferentes? Para él, somos una manada que sigue a un solo pastor que sabe exactamente qué hace mal y qué es lo que necesita cada uno de sus fieles. Pero no se preocupen. Es tan solo otra fake news.

¿Quién ha dicho que el presidente no respeta las otras instituciones del Estado? Todo fake. Lo que él no soporta es que los otros poderes pretendan ser independientes. Entonces, ¿para qué sirve el presidente? ¿Quién mejor que él para saber lo que necesitan sus fieles devotos?, ¿para aprobar leyes y condenas?, ¿qué pasa con el Supremo y esa manía constante por interpretar la Constitución? El presidente lo ha dicho con todas las letras: “La Constitución soy yo”. ¿Para qué más complicaciones? Eso no lo entendió el juez estrella Sergio Moro, su exministro de Justicia. Si Bolsonaro es la ley, ¿por qué la policía debe esconderle algunos secretos? No pueden existir secretos para Bolsonaro, si él es quien manda. Brasil es suyo.

Todo esto no puede ser más que una gran fake news. Lo que pasa es que todavía no han entendido a qué vino el capitán de reserva al que le hacen corona sus generales, como ángeles, querubines y serafines que protegen su Gobierno. El presidente y su milicia celestial. Pero, ¿y si también eso fuera una noticia falsa, ya que los militares tienen otras jerarquías celestiales? Ellos saben que pueden mandar si quieren. Quizás solo están esperando al mejor momento. Y, cuando llegue, eso sí que no sera fake.

Fake o no, loco o cuerdo, al presidente que se ríe de la pandemia y desprecia todo lo que huela a libertad de expresión (aunque use y abuse de ella todos los días), hay que vigilarlo como se hace con los niños cuando se los deja solos en casa, jugando con cerillas. Los locos, como los niños, son peligrosos porque algún día pueden terminar incendiando la casa si nadie los vigila.

Mejor apearlo de su peligroso pedestal y devolverlo a la escuela para que aprenda que de la vida real, tan diferente de la de las fake news. Para que aprenda de la riqueza de las diferencias, el respeto por las ideas de los demás, la fuerza de la democracia y de las libertades. Para que aprenda acerca de los horros y las bajezas en las que cae la humanidad cuando se olvida que la alternativa de vivir en armonía y respeto mutuo es el infierno que ya conocemos, cuyo recuerdo no solo nos horroriza sino que nos juzga y nos condena. Esos recuerdos no son fake news. Son una realidad que Brasil no merece vivir.