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Enrique Meléndez: La necesidad de un gendarme

 

Oyendo a Nicolás Maduro referirse a uno de esos programas, que se anuncian en su gobierno, se tiene la impresión de que está comenzando su gestión de mando: “Y esos son los primeros pasos, que estamos dando”, dice satisfecho, con el ego inflado, a propósito de uno de los reportes, que le acaba de hacer uno de sus allegados, mientras una audiencia seleccionada, que tiene al frente, se viene en aplausos.

He allí un cuento que se viene repitiendo, incluso, desde que Hugo Chávez se instauró en el poder desde hace más de veinte años, y entonces llegó hablando del famoso proyecto de desarrollo del Eje Orinoco-Apure; lo cual implicaba el desarrollo del sur de Venezuela; fundar –decía Chávez- ocho ciudades, tanto en el margen izquierdo, como en el margen derecho del Orinoco, arrancando de Apure, pues Chávez partía de la idea de que había que poblar esta región de nuestro país, basado en esos prejuicios de la izquierda latinoamericana, de que estábamos en un continente despoblado, para la conveniencia de EEUU, a propósito de su supuesta avidez por nuestras riquezas naturales y minerales, y para lo cual, incluso, estimulaba e incitaba a la infertilidad de nuestras respectivas poblaciones.

¿Qué se hizo de ese proyecto? He allí el momento en que algunos comenzamos a sentir una honda preocupación; no sólo por lo disparatada que nos parecía aquella idea; sino porque descubríamos que Chávez no tenía ningún proyecto de gobierno. Estábamos simplemente ante un aventurero, con muchas ambiciones de poder; pero que no sabía qué hacer ante las circunstancias. Es el momento en que Arturo Uslar Pietri descubre que Chávez era de una ignorancia delirante.

Delirante, incluso, porque él tenía metida en la cabeza la idea, de que gobernar era parlamentar. Fue cuando comenzó a convocar aquellas cadenas mediáticas, que duraban horas, y a las cuales todos nos pegábamos, para salir de allí malhumorados, como me decía un amigo, que ya falleció, y que me llenaba de pesimismo a partir de allí; tomando en cuenta que, precisamente, él presagiaba que se iba a morir, sin ver salir a Venezuela de ese trance de locura, hacia donde nos llevaba este hombre, a pesar de que yo creía que a la vuelta de la esquina estaba la solución; quizás, un tanto entusiasmado por lo que opinaba en aquellos momentos un hombre como Jorge Olavarría, de que aquel aprendiz de dictador –como lo llamaba por aquel entonces- iba a durar muy poco.

En efecto, la tuvimos el famoso 11 de abril de 2002; cuando el Alto Mando Militar le solicitó la renuncia a Chávez; la cual la aceptó, según las palabras del entonces ministro de la Defensa Lucas Rincón; sólo que no contábamos con las desmedidas ambiciones de poder de nuestra dirigencia política; que son las que se han presentado de nuevo en estos momentos, a propósito de la situación de usurpación del poder, que se ha declarado desde el pasado 10 de enero, fecha en la que se le venció el período presidencial a Nicolás Maduro y, en su defecto, Juan Guaidó se proclamó presidente el 23 del mismo mes, en su condición de nuevo presidente de la Asamblea Nacional, de acuerdo a lo establecido en la Constitución, para asumir un periodo de transición, que no termina de consumarse, precisamente, porque los líderes de la oposición no logran ponerse de acuerdo, en lo que atañe al candidato, que será escogido, para presentarse en las elecciones, que serían convocadas luego de dicho periodo de transición, según lo ha revelado el canciller estadounidense Mike Pompeo.

Que se produzca el diluvio en mi país; pero que no triunfe mi hermano: he allí una frase, que se viene oyendo desde que somos República, y lo cual implicó un siglo de guerras intestinas, el famoso siglo XIX, el de los días de la ira, como también se le conoce; para terminar invocando la necesidad de darle la potestad de gobierno a un sujeto de condición policial; un gendarme necesario o, dicho en términos coloquiales, a un loquero; no que nos ponga de acuerdo, sino que nos aplaque, desde el punto de vista de nuestras ambiciones de poder, para hablar, en ese sentido, de Juan Vicente Gómez.

Incluso, en la elección de Hugo Chávez estuvo sublimado ese sentimiento, gracias a su condición de militar; aun cuando, cualquier persona con sentido común podía apreciar que se trataba de un hombre, cuyo discurso se basaba en disparates, como ese del proyecto del Eje Orinoco-Apure, y al que le siguieron el de los Gallineros Verticales, el de la Ruta de la Empanada, y así sucesivamente; mientras votaban una y otra vez por él, con motivo de aquellos procesos electorales, que este señor convocaba, cuyo fin perseguían atornillarlo más en el poder, de acuerdo a sus ambiciones dictatoriales.

Obsérvese que Rómulo Betancourt prefirió que su partido se dividiera, para que Luis Beltrán Prieto Figueroa no fuera su candidato presidencial en las elecciones de 1968; lo que le permitió al Copei de Rafael Caldera imponerse en las mismas; siendo él su abanderado, por lo demás; como éste también prefirió dividir a dicho partido, y fundar tienda aparte, a objeto de no darle su apoyo a Eduardo Fernández en las elecciones de 1988, siendo éste, por excelencia, uno de sus más conspicuos delfines.

He allí el por qué el venezolano de hoy en día expresa que éramos felices, y no lo sabíamos. En ese 4 de febrero de 1992, cuando ese aventurero de nombre Hugo Chávez aparece en la palestra pública, a raíz de su asonada militar, venía de reportarse que el país había tenido en 1991 un crecimiento económico de 9,7%, y en lugar de regodearse con ese éxito, ese venezolano vuelca todas sus simpatías hacia este aventurero, y sólo por el hecho de que prometía convertirse en un gendarme necesario.

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