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José Félix Tezanos: Oligopolios sociológicos

 

En los debates suscitados en torno a las encuestas del CIS y sus resultados, uno de los comentaristas habituales en la crítica al CIS, que por cierto ni es periodista ni es sociólogo, acusaba al CIS de haberse apartado del consenso existente en torno a los datos sobre intención de voto. La acusación, amén de carente de cualquier sustancia analítica seria, no deja de resultar insólita si la analizamos con detalle. Es decir, este comentarista parecía entender que los pronósticos sobre tendencias electorales eran –y debían ser– fruto de un consenso. Consenso surgido de los directivos de ciertas empresas demoscópicas.

Aunque en este caso al comentarista le traicionó el subconsciente, lo cierto es que con esta argumentación desvelaba una situación que ha intentado imponerse en los medios de comunicación social más vinculados a las fuerzas de derechas, que desde hace años están tejiendo redes de influencia que transmitan –e impongan– a la opinión pública un mapa de opciones políticas condicionado por determinados parámetros de inclinación electoral previa.

Si analizamos con algún detalle la realidad de las previsiones demoscópicas en muchos países, vemos que efectivamente hay determinadas empresas y analistas, vinculados a sectores ideológicos y económicos muy concretos, que tienden a dar exactamente los mismos pronósticos demoscópicos. Lo cual conduce al fenómeno paralelo de que cuando se equivocan lo hacen todos al unísono –errores en “manada”– y, por lo tanto, parece que con tal proceder colectivo se diluyen las responsabilidades de unas malas prácticas analíticas y profesionales.

Algunas personas bienintencionadas pensaban que este comportamiento era fruto básicamente de un instinto de conservación, que llevaba a ciertos empresarios poco peritos en estas cuestiones a gastar poco dinero en hacer investigaciones realmente rigurosas, y de esta manera se vacunaban y autoprotegían, absteniéndose de publicitar cualquier pronóstico o tendencia previsible, hasta comprobar si otras empresas más o menos “hermanadas” pensaban publicitar tendencias similares. Esta es la versión benévola de la cuestión, que sitúa el fenómeno del que hablamos en un terreno primordialmente económico.

Sin embargo, nos encontramos también con una lectura más maquiavélica que atiende a estrategias de poder bien específicas. En este caso, se trata de algunos empresarios –no muchos– vinculados a partidos políticos bien conocidos (como afiliados, como dirigentes, como asesores, o como “negros” a sueldo) que intentan propiciar coincidencias y alianzas estratégicas orientadas a influir a la opinión pública en una dirección concreta. Y para ello mueven sus redes, sus datos y sus análisis en una dirección coincidente, y coordinada de antemano, constituyendo una especie de oligopolio con el cual intentan encorsetar las posibilidades electorales en una dirección predeterminada. Y ¡ay de aquel que intente salirse del consenso establecido! Es decir, mientras que algunos oligopolios maquinan para prefijar el precio de las cosas, otros maquinan –a veces con ardor y persistencia guerrera– para prefigurar –¿consensuadamente?–  las orientaciones preelectorales.

Desde luego, como procedimiento de actuación económica tal comportamiento presenta todas las disfunciones e irregularidades propias de cualquier propósito oligopolista, que siempre es antitético a los intereses generales.

Pero lo más grave son los efectos que se producen desde el punto de vista científico, ya que en este caso lo que se intenta es condicionar y limitar el libre proceder profesional y cualquier dinámica rigurosa de investigación. Es decir, se anatemiza y se persigue sistemáticamente al que se sale o intenta salirse de los cauces preestablecidos por la trama oligopolista. Se trata de comportamientos que tienen una larga historia en el pensamiento ultraconservador, e incluso autoritario. Y cuyas últimas raíces están, entre otros muchos, entre los que condenaron a los muchos Galileos, y a cualquier heterodoxo del pensamiento que se saliera de las líneas del ordeno y mando y de la fe (o el “consenso”) establecida.

En las sociedades de nuestros días estos comportamientos suelen anidar en determinadas sociedades, especialmente durante los ciclos de predominio conservador, al amparo de concepciones y estrategias que intentan por todos los medios –incluida la calumnia y la difamación– evitar que las cosas se salgan de los cauces fijados por algunos.

Lo curioso en el caso de España es que la ingenuidad y el ardor que algunos ponen en estas cuestiones les lleva a explicitar sus propósitos. En este caso, el de los oligopolios sociológicos.

No está mal, por lo tanto, que las cosas queden claras y que empecemos a ser conscientes de qué se esconde detrás de algunos debates sobre conocimientos, pronósticos y adivinaciones. Y en algunos casos de ciertas obsesiones personales que rayan lo enfermizo.

Frente a todo esto la única respuesta es la ciencia, la libertad, el rigor, la transparencia, la profesionalidad y, consecuentemente, la erradicación de los oligopolios. Sean de la naturaleza que sean.

 

 

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